No pudo creer que ella sería protagonista de un encuentro casual digno de ser relatado en telenovela.
Salé de su trabajo, camina por Baires, da la vuelta en la esquina, la lluvia la obliga a entrar en ese barsucho y ahí estaba. Esa sonrisa sí que la reconoció a simple vista. Era él!
Por un instante recordó el último momento que había vivido junto a la palabra de ese hombre. Había sido la noche anterior:
"...y eso es todo. No hay más nada que decir."
Suspiró y cerró la revista. La dejó apollada en su pecho, junto a su corazón. Consiente o inconscientemente. No importa, sólo lo hizo. Cerró los ojos y sólo pensó en su voz. Lo imaginó hablando en su oído. Entre el mundo de los dormidos y los despiertos lo escuchó relatar a centímetros de ella la nota que él había escrito para la revista. Y ella contesta: "Perfecta como siempre". No muy segura si su voz quedó encerada en su sueño o si había hablado dormida. De lo único que estaba segura era de su cara, tan sólo porque a comienzo de cada hoja que su amor platónico escribía aparecía una pequeña foto de él que era protagonizada por su sonrisa. Aseguraba que no era un dios del Olimpo, pero lo que le faltaba de belleza física lo tenía sus palabras. Esta mujer estaba realmente enamorada de ese columnista. Sólo pensaba en escucharlo hablar todo lo que él escribía. Fantaseaba acostada en su cama con un encuentro en un bar, un café y una charla. Nada más.
Y ahí estaba él. A sólo unos metros. Por fin conocería su voz y no lo dudó.
"Disculpe, no pude evitar reconocerlo y decirle que soy una gran admiradora de su columna."
Deseó con toda su alma que esa frase, que no tuvo el tiempo que ella habría querido para elaborarla minuciosamente antes de pronunciar, fuera útil para comenzar una de esas largas y profundas charlas que alguna vez soñó.
Se produjo un silencio.
Tenía frente a ella a un hombre con tantas cosas que decir a pesar de estar encerrado en su propia prisión de silencios. Anonadada sintió por un segundo lo que él vive todos los días.
La sensación de haber quedado muda.
Salé de su trabajo, camina por Baires, da la vuelta en la esquina, la lluvia la obliga a entrar en ese barsucho y ahí estaba. Esa sonrisa sí que la reconoció a simple vista. Era él!
Por un instante recordó el último momento que había vivido junto a la palabra de ese hombre. Había sido la noche anterior:
"...y eso es todo. No hay más nada que decir."
Suspiró y cerró la revista. La dejó apollada en su pecho, junto a su corazón. Consiente o inconscientemente. No importa, sólo lo hizo. Cerró los ojos y sólo pensó en su voz. Lo imaginó hablando en su oído. Entre el mundo de los dormidos y los despiertos lo escuchó relatar a centímetros de ella la nota que él había escrito para la revista. Y ella contesta: "Perfecta como siempre". No muy segura si su voz quedó encerada en su sueño o si había hablado dormida. De lo único que estaba segura era de su cara, tan sólo porque a comienzo de cada hoja que su amor platónico escribía aparecía una pequeña foto de él que era protagonizada por su sonrisa. Aseguraba que no era un dios del Olimpo, pero lo que le faltaba de belleza física lo tenía sus palabras. Esta mujer estaba realmente enamorada de ese columnista. Sólo pensaba en escucharlo hablar todo lo que él escribía. Fantaseaba acostada en su cama con un encuentro en un bar, un café y una charla. Nada más.
Y ahí estaba él. A sólo unos metros. Por fin conocería su voz y no lo dudó.
"Disculpe, no pude evitar reconocerlo y decirle que soy una gran admiradora de su columna."
Deseó con toda su alma que esa frase, que no tuvo el tiempo que ella habría querido para elaborarla minuciosamente antes de pronunciar, fuera útil para comenzar una de esas largas y profundas charlas que alguna vez soñó.
Se produjo un silencio.
Tenía frente a ella a un hombre con tantas cosas que decir a pesar de estar encerrado en su propia prisión de silencios. Anonadada sintió por un segundo lo que él vive todos los días.
La sensación de haber quedado muda.
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